Los tradicionalistas son católicos?

En el hablar cotidiano distinguimos entre lo civil, lo religioso, lo profano, lo sacro etc., sin embargo, con un mínimo de sentido común, podemos reconocer que la realidad es una y todo en ella está conectado. Nuestro blog percepcionactual.com ha ofrecido a sus lectores un amplio abanico de temas cruciales para la vida, y puede parecer que al ofrecer alguna cuestión religiosa, del mundo católico estemos reduciendo nuestra amplia visión de los acontecimientos más significativos, pero esto no es más que una impresión infundada, probablemente inoculada por aquella ingeniería social que nos ha hecho creer que lo dicho por la fe cristiana es irrelevante, o al menos, secundario.
Quienes viven la fe cristiana, quizá alguna vez, oyeron hablar de Mons. Marcel Lefebvre. No presentaremos aquí su biografía, sino unos trazos que definen aquello que, dada la situación actual de la Iglesia Católica en cuanto a fe y moral, habría que considerar, discernir, si aquel prelado no estaba expresando con sus palabras una llamada profética. Os dejamos con un texto que no viene mal conocerlo:
NOS ADHERIMOS EN OBEDIENCIA A CRISTO COMO CABEZA PERENNE DE LA ROMA CATÓLICA ETERNA Y AL ROMANO PONTÍFICE COMO SU CABEZA VISIBLE TEMPORAL
Hace 51 años, el 21 de noviembre de 1974, Monseñor Marcel Lefebvre, de bienaventurada memoria, pronunciaba en Ecône su célebre declaración:
«Nos adherimos de todo corazón y con toda nuestra alma a la Roma católica, guardiana de la Fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.
Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante, que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que de él surgieron.
Todas estas reformas, en efecto, han contribuido y siguen contribuyendo a la demolición de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la destrucción del sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa y a la implantación de una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, seminarios y catequesis, enseñanza surgida del liberalismo y del protestantismo condenado tantas veces por el Magisterio solemne de la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.
Por eso, sin ninguna rebelión ni amargura ni resentimiento alguno, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal a la luz del magisterio de siempre, convencidos de que no podemos rendir mayor servicio de la Santa Iglesia católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones futuras.
“Si yo mismo —dice San Pablo a los Gálatas— o un ángel bajado del Cielo os enseñase un evangelio distinto al que yo os he enseñado, sea anatema.”
¿No es esto lo que nos repite el Santo Padre hoy?. Pero si se manifiesta cierta contradicción en sus palabras y actos, así como en los actos de los dicasterios, elegiremos lo que siempre se ha enseñado y nos haremos los sordos ante las novedades destructoras de la Iglesia.
No se puede modificar profundamente la «lex orandi» sin modificar la «lex credendi». A la misa nueva le corresponde un catecismo nuevo, un sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, una iglesia carismática o pentecostal, todo lo cual se opone a la ortodoxia y al magisterio de siempre.
Esta reforma, por haber surgido del liberalismo y modernismo, está enteramente envenenada. Sale de la herejía y acaba en la herejía, aunque todos sus actos no sean formalmente heréticos. Es, pues, imposible para todo católico consciente y fiel adoptar esta reforma y someterse a ella de cualquier manera que sea.
La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, en bien de nuestra salvación, es una negativa categórica a aceptar la reforma.
Por eso, nos atenemos con firmeza a todo lo que la Iglesia de siempre ha creído y practicado en la fe, en las costumbres, en el culto, en la enseñanza del catecismo, en la formación del sacerdote y en la institución de la Iglesia, y que ha codificado en los libros publicados antes de 1962, antes de la influencia nefasta del Concilio Vaticano II, a la espera de que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.
Haciéndolo así, con la gracia de Dios, el socorro de la Virgen María, de san José y de san Pío X, estamos convencidos de que seguimos siendo fieles a la Iglesia Católica y Romana y a todos los sucesores de Pedro, y de que somos los “fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Iesu Christi in Spiritu Sancto”
Noviembre de 1974.
† Monseñor Marcel Lefebvre.
