DESCUBRE LA NAVIDAD, parte 1
De las cosas que el corazón humano desea, no es posible encontrar lo profundo, duradero y satisfactorio sin una búsqueda y empeño más o menos proporcional.
Hablando de la relación padre-hijos, en particular la de Dios Padre con sus hijos, Jesús decía “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama se le abrirá”. Deberíamos tomarnos más en serio estas palabras y darnos cuenta que los dones divinos no entran en el corazón sin el permiso del corazón, sin un acto consciente y voluntario de nuestra libertad.
Por tanto, dado que Dios no violentará la libertad de ningún corazón; quien pide, quien busca, quien llama será quien se hará con el don divino de la navidad, aquella salvación que trae el Redentor. Sin este primer paso del querer humano, no será posible descubrir la grandeza de aquel hecho, que han dejado tan profunda huella en nuestra civilización.
Intentaremos profundizar aquello que, desde hace siglos, incluso milenios, la tradición judeo-cristiana presenta a quien se acerca a descubrir qué sucedió en el mundo aquella noche de Belén, quién, por qué y que alcance tiene para la historia de la humanidad. Serán los textos sagrados los que nos darán el sentido más auténtico de la navidad . Así nos alejaremos de esa nefasta propaganda del mundo que hoy nos quiere vender otro sentido de la Navidad. En nuestro recorrido, dejaremos de lado detalles y discusiones que podrían empañar el sentido más original de la navidad.
Para el cristiano, la navidad es, o debiera ser, una experiencia de lo sobrenatural que se hace presente en su vida, experiencia fruto de un recorrido espiritual de disposición al conocimiento y acogida de Dios que viene al mundo, disposición de la mente y el corazón, dedicación al silencio y a la oración. El culto católico dispondrá para esta preparación un periodo llamado Adviento (Venida) de 4 semanas, las cuales tendrán su auge en el tiempo de Navidad que va desde las vísperas de navidad, nochebuena, hasta el domingo después de Epifanía o Reyes Magos en que se celebra el Bautismo del Señor.
Empecemos notando que la Navidad no es lo más importante (el misterio central) de la fe cristiana: el niño nacido en Belén, como cualquier niño fue concebido y es en ese hecho donde está el centro de todo lo maravilloso que ha ocurrido. El momento de la concepción en la joven de Nazaret llamada María, es un momento milagroso, y quizá no podía ser de otro modo, ya que ese acontecimiento fue singular y único: Dios espíritu puro, invisible, inabarcable, poder absoluto, se rebaja, se humilla tomando la condición de la creatura humana, haciéndose embrión. El cielo entra en la tierra, el Creador en la creatura, lo infinito en lo finito.
Dado que el ser humano no es capaz de abarcar con su mente todo lo que ello significa, en el cristianismo se habla de “misterio”, palabra tomada de la lengua griega la cual significaba “aquello que sólo los dioses conocen”. Tal es el sentido que recoge la tradición cristiana: si la humanidad lo ha conocido, ha sido porque ese Dios se dignó revelarnos a través de profetas y evangelistas lo que realmente había sucedido. Por ello, la verdad fundamental del cristianismo es este hecho histórico y trascendental que se llama Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María. Dios ha tomado carne haciéndose humano, sin dejar por ello de ser lo que es. Esto lo expresará profunda y maravillosamente San Juan al inicio de su Evangelio, quizá el texto bíblico más profundo:
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba,
pero el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
-¡Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Todos los domingos en los templos católicos, se proclama el Credo, la fe cristiana, la misma que proclamaron aquellos que convivieron con Cristo: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen”.
Es asombroso, y también triste, que sea apenas un puñado los bautizados católicos que, no digamos hayan profundizado esta fe, sino que al menos la conozcan. Al alcance de todos está el Catecismo de la Iglesia Católica https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
Existe también una excelente versión para jóvenes y no tan jóvenes llamada YOUCAT que podéis encontrar y descargar en este enlace http://sagradocorazonsalta.edu.ar/assets/youcat.pdf
En sucesivas entregas iremos dilucidando algunos aspectos esenciales de la Navidad; poniendo el acento en aquello que siendo esencial, asombrosamente poco o nada se conoce…