“Feliz año nuevo” ¿qué es?
Va esta reflexión para los lectores que nos acompañaron, y para aquellos que nos descubrieron por “casualidad”, simplemente se toparon con el sitio, o algún amigo se los recomendó.
Nuestros análisis intentan distanciarse del relato de telediarios, de los expertos elegidos a dedo, de las autoridades puesta por el consenso y no por la autoridad que como personas debieran tener, a imitación de Aquel de quien se decía que “enseñaba con autoridad”. Intentamos distanciarnos no por insensata rebeldía, sino por un deseo profundo de realismo, es decir de verdad.
“Feliz año nuevo”, es la felicitación común de estos días. Para quienes buscamos descubrir esas luces que todavía iluminan la naturaleza humana, ese “feliz” nos lleva a pensar en el deseo profundo con el que cada ser humano viene al mundo: ser feliz. Ello es para el hombre un motor de la vida, pero también una debilidad, pues muchas voces intentaran “venderle la felicidad”. Para ello, el sistema ha promovido una mentalidad materialista, consumista, terrena.
Es así que, esa felicidad que deseamos desde lo más hondo de nuestro corazón se ha visto reducida a bienes terrenos como el bienestar. Sin embargo, si miramos la reflexión filosófica y teológica a lo largo de la historia, es decir, si contra la tendencia moderna, miramos a quienes fueron verdaderas lumbreras de la civilización humana, nos percatamos que el logro de su pensamiento fue descubrir el deseo de trascendencia del ser humano, es decir ser consciente de estar hecho para una felicidad que va más allá de la satisfacción de las necesidades terrenas, incluso de la salud o el amor familiar.
Decía uno de estos Maestros de la humanidad, el gran San Agustín “nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”. Todo ser humano buscará por infinitos lugares y estados una felicidad plena, pero sólo la encontrará en su origen, en la fuente de todo bien. Esta es la realidad que no cambia por el bombardeo de las ideologías inmanentistas que intentan relegar la persona a la esfera terrena, desconectándolo de su Creador y Señor. En este engaño irreal vive la gran mayoría de la población al ser cada vez menos religiosa, al estar cada día más alejada del culto a Dios.
Desgraciadamente, vivimos en una época donde el inmanentismo ha colonizado incluso la vida cristiana: la Iglesia católica parece seguir usando un aparato lingüístico religioso pero desproveído de su base trascendente, ya casi no habla de lo trascendente, lo que en la doctrina se llamaba las postrimerías. Ya no habla de cielo, ni de infierno. Ha progresado tanto que ha recortado la Palabra de Cristo acomodándolo a los gustos y mentalidad del hombre moderno.
Lo que decimos es fácil de observar. Por ejemplo se acentúa en demasía la importancia del consenso humano estableciéndolo consciente o inconscientemente como criterio de verdad: se habla de fraternidad universal dejando de lado el fundamento de la fraternidad universal auténtica que es Cristo. Se olvida que sólo en El, puede el ser humano ser hermano. Y debemos reconocer que otras personas todavía no llegan a reconocer al verdadero Padre, Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Y por tanto, tenemos el deber de ayudar a los hermanos a encontrar esta verdad. Y ello no es proselitismo, como se ha querido achacar a quienes piensan así.
Sólo Cristo reconcilió lo divino y lo humano, la entera humanidad con Dios. Así, por un lado reconocemos a todos “reconciliados con Dios”, pero esa reconciliación se concreta en la persona una vez que ésta, conociendo la verdad, se adhiere a ella. De ahí la necesidad urgente de la misión evangelizadora también a los que profesan otra religión, pues quien no reconoce al Verbo venido en carne no está en camino de salvación según afirma el Apóstol en la 1ª carta de s. Juan, capítulo 4.
“Queridos no os fiéis de cualquier espíritu, antes comprobad si los espíritus proceden de Dios; pues muchos falsos profetas han venido al mundo. Al Espíritu de Dios lo reconoceréis en lo siguiente: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en carne mortal procede de Dios; todo espíritu que no confiesa a Jesús no procede de Dios, sino más bien del Anticristo. Oísteis que iba a venir, ahora ya está en el mundo” .
Por tanto es injustificable la sentencia de que “todas las religiones llevan a Dios”, ni siquiera en un contexto ecuménico o interreligioso porque la mentira nunca se convierte en verdad a causa de una circunstancia. Pero así están las cosas en la Iglesia Católica que debería ser Luz de todos los pueblos.
De que la felicidad ha sido reducida a lo terreno, lo vemos en la moderna pastoral católica orientada a la mera compañía del hermano; incluso el pastor debe ahora ser un acompañante y no el maestro, el guía, el juez, es decir la luz elegida por el Señor, por vocación para no sólo acompañarlo.
Y lo importante para la comunidad, se dice, es que caminen juntos. Pareciera que ya es irrelevante el hacia donde, incluso pareciera que da igual caminar en la verdad que en la mentira.
Todos, todos, todos son acogidos en la viña del Señor, y eso es cristiano, pero lo que no es cristiano es dejar que cada uno sea como sea. En esta línea desaparece el sentido evangélico de “conversión”, como cambio de vida por y en Cristo. La conversión de la que se habla hoy en la predicación católica es aquella que el mundo pide, y por eso escucharemos de las altas esferas vaticanas el pedido de una “conversión ecológica”, para contentar “a la madre tierra”, para “salvar el planeta” obedeciendo a los gurús del mega-negocio cambio climático.
A tal punto se ha absolutizado y abusado de la palabra del Señor “no juzguéis”, que ya no queda lugar para la corrección fraterna, y quien la haga es tachado de no querer la comunión fraterna. El relativismo se ha infiltrado en las reflexiones y planes pastorales como nunca antes, siguiendo el ejemplo del actual líder católico que ante cuestiones morales donde el sacerdote, y mucho más el obispo, se vio siempre como el garante de verdad, hoy se despacha con un “no juzguemos”; “quién soy yo para juzgar”. La verdad moral ha sido la gran víctima de los últimos años, y el mundo se alegra.
“Feliz año nuevo”: que esta frase, sea en nuestro interior una frase revolucionaria contra las tendencias modernistas o progresistas; que nos mueva, a reconocer en nosotros la luz de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, que suscite en nosotros deseos de verdadera religión, es decir de relación con Aquel que es nuestro Padre y Señor de la historia. Que el escuchar la frase “Feliz año nuevo” nos mueva apostarlo todo a una fidelidad en la búsqueda de la verdad, que jamás debería ser aceptada por el mero consenso, ni siquiera en el ámbito religioso. Que “feliz año nuevo” enardezca nuestro corazón para afrontar el año que entra, con aquella valentía de los mártires, seguros de que la victoria es nuestra, porque Cristo dijo “no temáis”… “os he dicho esto para que tengáis paz en mi. En el mundo pasaréis aflicción, pero tened valor: Yo he vencido al mundo” (Jn. 16,33).