Djokovic, Dios te bendice
El mejor titular sobre la victoria de Djokovic, que lo coloca en el podio de la historia del tenis mundial, es la que nos ofrece el diario de información deportiva MARCA: “Duele, pero Djokovic va a ser el Big One”. Mis felicitaciones al autor, porque el titular refleja acertadamente nuestro tiempo, sus engaños y verdades ocultas, y a la vez, pone en alza el valor de la libertad denostada particularmente estos últimos años.
La misma sociedad que se ufana de proteger los derechos humanos, es la misma que en un santiamén es capaz de quitártelos todos, si la financiación es suculenta.
La misma sociedad que se dice abanderada de la no discriminación, es capaz de discriminar, denigrar e insultar por haber cometido el delito de decidir por la propia salud.
La misma sociedad que proclama la libertad, es la misma que usa una suposición científicamente discutible para imponer férreas medidas a quien no desee someterse a sus postulados políticos (OMS).
Djokovic, antepuso sus principios a su misma carrera profesional. Se dice fácil. Quienes hemos seguido de cerca su trayectoria deportiva desde que se impuso la medida totalitaria política de la vacunación Covid-19, impulsada por la poco transparente OMS, sabemos cuánto ha sido despreciado, discriminado y censurado.
En mi opinión, Dios bendice no solo al creyente (Djokovic lo es), sino a todo aquel que en conciencia busca lo verdadero siendo sincero consigo mismo, e inamovible en sus principios sin caer en el fanatismo. Djokovic es un cristiano creyente, pero su acto de libertad, su decisión y ejemplo para todos, probablemente no nació de alguna sobrenatural inspiración divina (tampoco la podemos descartar), sino simplemente del uso normal de la capacidad de razonar, cuestionarse y no poner la fe donde no vale la pena ponerla.
A diferencia de la masa que se volcó a la nueva religión de “la ciencia lo dice”, u “obedece ciegamente a los expertos”, Djokovic supo informarse de los tejemanejes de los organismos globales privados como la OMS y la brutal campaña mediática para ocultar datos relevantes a la población, formándose así una opinión propia; se mantuvo firme en ella, incluso cuando compañeros suyos como Rafa Nadal, se mostró cobarde en valorar su decisión en pos de seguir apoyando las inoculaciones (uno más de la masa).
Djokovic, nos enseñó que aquello que ves como verdadero tiene que ser dicho, la verdad tiene que ser testimoniada y no la ocultó ni siquiera sabiendo que todo el mundo pensaba lo contrario. Uno más de los grandes, que nos recuerdan que la mayoría no es criterio de verdad. También ha dado su testimonio sobre la realidad de la endiosada OTAN
En este sentido es un ejemplo para miles de deportistas de élite que vieron comprometida o acabada su carrera por acceder a una inyección en fase experimental, la cual, como se ha visto, no protegía de nada; e incluso a muchos les costó la misma vida. Y por si alguno nos quisiera etiquetar con los rótulos de moda, suficientemente hemos documentado esto en nuestras publicaciones:
Enlace 1. Nuestra contribución anti-miedo con datos
Enlace 2. El experimento que te dijeron que era “seguro y eficaz” en 3 publicaciones. Aquí la primera
Enlace 3. Existe una verdadera salud integral alternativa: Conferencias aquí.
Y si de hombres libres hablamos, cuanta esperanza y lucidez nos ha regalado el gran escritor y pensador profundo JUAN MANUEL DE PRADA. Sobre el tema en cuestión escribía en ABC opinión, allá por enero de 2023 sobre Djokovic:
“Un año después de convertirse en leyenda, Novak Djokovic (No-Vac No-Covid para los amigos) se convierte también en el tenista más laureado de la historia (su máximo rival, aunque lo empata en Grand Slams, no ha ganado ni un solo Torneo de Maestros). Lo logra, además, en Australia, para que la justicia divina resplandezca más hermosamente (y, como guinda del pastel, el filántropo genocida Bill Gates se hallaba en las gradas). Todos los sufrimientos de Djokovic, que asumió el papel de chivo expiatorio universal ante una generación sumisa y cobarde, fueron así recompensados.
Nada más consumar su aplastante victoria, después de señalarse la cabeza, el corazón y los cojones, Novak Djokovic elevó la mirada al cielo y dio gracias a Dios. Después se fundió en un abrazo con amigos y familiares y rompió a llorar. Pero Djokovic no imitó a esos planchabragas que lloran ante las cámaras por cualquier chuminada, sino que esquivó su escrutinio, para que no quedara registro de su llanto. En ese llanto viril, hermosamente hurtado a las cámaras, estábamos representados todos los que a lo largo de los últimos años hemos padecido persecuciones y hostigamientos; todos los que, estigmatizados por la chusma mediática y médica, acosados por gobernantes inicuos, abandonados o mirados con recelo por nuestros amigos y familiares más memos, decidimos arrostrar una vida de perros sarnosos a cambio de mantener nuestros cuerpos, que son templos del Espíritu, alejados de las terapias génicas experimentales. Gracias por cada una de tus preciosas lágrimas, Nole; ninguna fue derramada en vano.
Cualquier aficionado al tenis sabe que nunca ha existido un jugador con tan imperial gama de golpes y con tan felino instinto como Djokovic; pero para sobreponerse a un golpe tan ensañado como el que padeció hace un año en Australia, para no dejarse ahogar por la desesperanza o la rabia, hacen falta una fortaleza (cabeza), una magnanimidad (corazón) y una valentía (cojones) fuera de lo común. Djokovic no se estaba enfrentando tan sólo a sus rivales, sino a un cúmulo de circunstancias hostiles que sólo se podían vencer con la ayuda de Dios. Sin duda, su carácter terco y sufrido, forjado en una niñez terrible, lo ayudó; pero la mayor ayuda, en medio de un mundo acechado por las tinieblas, ha venido de lo alto. Djokovic lo sabe bien; y también lo sabemos quienes estábamos incluidos en su llanto.
Sorprende que las masas tragacionistas no se pregunten (o no se atrevan a preguntarse, temerosas de la respuesta) la razón por la que un tenista de treinta y cinco años derrota en sets corridos, un partido tras otro, a rivales que son diez o quince años más jóvenes que él, demostrando una velocidad de reacción y un fondo físico muy superior a todos ellos. Es la misma razón por la que un gordo maldito como yo escribe mejor que todos los escritores asténicos y sistémicos de España puestos en fila india. No nos hemos dejado envenenar la sangre y el alma; y Dios, que ve en lo oscuro, nos lo recompensa”.