Navidad, Génesis, Apocalipsis. Parte 2
Como hemos notado en la entrada anterior, el nacimiento de Jesús de Nazaret, es necesario mirarlo desde el momento de la concepción, es ése el centro de la irradiación de todo bien para la humanidad, el momento de la Encarnación. Momento único, y uno de los más retratados por los artistas de todos los tiempos, especialmente poniendo de relieve ese diálogo entre el cielo y la tierra (Lc. 1, 26-38). El cielo envía su mensajero Gabriel; en la tierra hay una joven que Dios se ha reservado para sí, la ha creado y preparado sabiamente; el único caso en que El hijo tiene la posibilidad y el poder de formar su madre como la desea.
Aun mirando el nacimiento desde la concepción (Encarnación), el sentido más hondo de la Navidad se nos queda oculto, ya que no alcanzamos a comprender las razones, el alcance histórico de dicho acontecimiento, y sobre todo la relación directa que tienen aquellos sucesos con nuestra vida. Mirar sólo al niño de Belén sin comprender ese acontecimiento en un plan histórico, nos reduce la Navidad a un mero recuerdo.
Es necesario que nuestra mirada se extienda desde ese foco “Encarnación-Nacimiento” hacia toda la historia del mundo, incluso hacia lo que algunos han llamado la meta-historia, pero en esto ya no entraremos.
Desde la cuna de Belén, es necesario una mirada hacia el pasado (todo el Antiguo Testamento), desde el momento en que Dios realiza Creación primera, primera porque con la Encarnación iniciará la segunda y definitiva creación. Con la venida del Hijo de Dios al mundo inicia el nuevo orden mundial, el del bien real y de la paz auténtica en Cristo; por tanto en las antípodas del nuevo orden mundial que el orgullo humano quiere implantar en el siglo XXI.
Desde la cuna de Belén, es necesaria la mirada hacia el futuro, como la realización plena de la obra que inicia el acontecimiento de la venida del Hijo de Dios a la tierra.
Sin la mirada hacia el futuro la Navidad podría parecer una fantasía de un bonito recuerdo: un Dios nacido en Belén, al que los cristianos por su emotiva devoción han atribuido una obra fantasiosa de redención, es decir de victoria sobre el mal, de justo Juez de naciones, de Rey del Universo… obra fantasiosa porque ya van 2 milenios de su venida y el mal parece campar a sus anchas…
Quizá en la predicación de los pastores, no se ha tenido en cuenta lo suficiente esta mirada desde el foco de la Encarnación hacia el futuro, desde el relato de la anunciación hacia el apocalipsis, pero esto que venimos diciendo está bien expresado en la liturgia católica, en el prefacio I de Adviento:
“(Cristo) al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”.
Del texto del prefacio, prestemos atención al sentido de la Navidad como un plan, y no cualquier plan, sino un plan de redención. Actualmente incluso en ambientes católicos se cree vivir la navidad, sin haber comprendido que navidad ante todo es obra de redención, obra salvadora. Y lógicamente deberíamos preguntarnos ¿de qué nos viene a salvar? ¿Por qué el niño nacido en Belén es un Salvador, un Redentor? Vale la pena hacerse estas preguntas en una sociedad que de nombre puede profesarse creyente o cristiana, pero que en la vida diaria, lo de salvación, redención no es más que palabras vacías, mito o creencia ya superados.
Precisamente la respuesta, la realidad que expresan esas respuestas, nos descubren el alcance cósmico, metafísico, teológico de la Navidad. El mal que se infiltró con la mentira y el engaño en la mente y el corazón de la primera pareja humana, derivando en tremendas consecuencias para toda la humanidad (muertes, enfermedades, odio, egoísmo etc.), por la misericordia de Dios, no tendrá la última palabra en la vida del hombre. Pero para ello, el hombre, deberá acoger esa redención con actos libres, con una decisión firme contraria a la decisión fatal que una vez, en el Edén dio el ser humano, cediendo a la provocadora propuesta de “ser como dioses”.
En la liturgia católica, el color predominante en las semanas preparatorias es el morado, color de penitencia, arrepentimiento, reflexión, purificación. El adviento pondrá delante de la mirada del creyente, la triste realidad del pecado, es decir de las decisiones que contribuyen a romper el orden que Dios sabiamente ha establecido, como aquel orden del Edén, donde lo único necesario era reconocerse creatura y reconocer la superioridad, bondad y grandeza del Creador. Sus leyes morales, lejos de ser un obstáculo a nuestra libertad, son las instrucciones que conservan el orden y la armonía del bien. Cada mandamiento divino es una ley que custodia algún bien fundamental de la persona humana y su relación sea con el prójimo, sea con Dios.
Si reflexionamos sobre aquel origen de la historia, en lo más importante, que al fin es la relación creatura-Creador, podemos ver la Navidad como aquella propuesta de Dios al ciudadano del siglo XXI, propuesta de redención, de paz auténtica, de salvación; propuesta que está a la puerta de cada corazón humano.
Es precisamente en el libro del apocalipsis donde mejor viene expresada esa venida de Dios a cada familia, a cada persona que habita este mundo. Y está expresado como mensaje a la Iglesia de Laodicea, que según un gran estudioso jesuita de los santos padres y las Escrituras, corresponde al último período de la historia. Es el mismo niño de Belén, el mismo Crucificado y el mismo Resucitado que habla:
“A los que amo, yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo”. Apocalipsis 3, 19-21.
Vale la pena leer todo el mensaje, para situar la Navidad del presente año, posiblemente en la cronología bíblica que indica dicho texto.