¿Quieres hacer la mejor inversión de tu tiempo?

Lo más valioso está a tu alcance

Las páginas de la historia de la humanidad nos revelan siempre una luz que se abre paso entre las tinieblas del sufrimiento y las desdichas. Pareciera que no llegamos a valorar esa luz, sino cuando se cierne sobre nosotros la oscuridad. ¿No es esa luz la que vemos en tantos hombres y mujeres, en estos días de esta tenebrosa plaga? Instintivamente tratamos de iluminarnos ¿Cuál es la razón de fondo? ¿Hay algo en nuestro diseño humano que nos haga tender a ello?

La razón, es que estamos diseñados para la luz, hemos sido hechos para la luz. Somos portadores de una luz cuya plenitud no es posible descubrir en este mundo; ella está más allá de cualquier medición científica. La demostración, la prueba de esa luz, sólo la tiene aquel que se aventura a experimentarla. Por tanto, de nuestra libertad depende cuanto queremos iluminar nuestra vida.

En estos días de confinamiento, o estado de excepción, como precisan algunos, lo cierto es que disponemos de tiempo. Sí, ese tiempo que muchas veces hemos anhelado, ese tiempo que precisamente llamamos “oro”. Ese que faltaba ahora no falta. La pregunta sensata es ¿somos capaces de aprovecharlo? Se nos pone a prueba en nuestra madurez como personas. De repente, como una lotería, “nos toca mucho oro” ¿hemos sido capaces de gestionarlo para el máximo provecho?

El tiempo es oro, pero no lo es todo, es más, puede no valer nada, o tener hasta un valor negativo, como cuando es gestionado para dañar. Tarde o temprano nos daremos cuenta que hemos tenido “entre manos” oro, y no sería placentero saber que lo hemos desperdiciado, que no hemos sabido “gastar el tiempo” que se nos regalaba.

Muchos siglos y muchas vidas nos preceden para enseñarnos el bien gastar el tiempo, para gozar ante todo de buena salud mental y armonía como riqueza personal y familiar, no sólo en momentos de calamidad, sino siempre, toda la vida. Simplemente me detendré en el fundamento de ese “bien gastar” que es el silencio.

¿Quieres hacer la mejor inversión de tu tiempo? Dedica tiempo el silencio. Te daré una regla general y un tanto de reglas particulares (en la segunda parte).

La primera regla general para toda la vida, es dedicar tiempo al retiro: saber alejarse de las tecnologías en busca del silencio. Aunque hoy nadie te hable, nadie publicite, ni tenga en cuenta este tesoro, búscalo y descubrirás que nada vale tanto como él. Nuestra sociedad lo ha descartado porque materialmente no es rentable. ¿Acaso la vida se reduce a rentabilidad?

Hoy, no se lo promueve, porque el silencio es un antídoto al descontrol, y el auto-control tampoco es rentable. Es uno de los valores más preciosos que han perdido las sociedades modernas, sobre todo las instituciones y los medios que debiera formar en humanidad.

Lo maravilloso es que tú lo puedes crear y a ti, nadie ni nada, te lo puede quitar.

Invierte en ti mismo

El silencio es de aquellas realidades que conjugan perfectamente con nuestra naturaleza de seres pensantes. El pensamiento se desarrolla, se vuelve creativo, crece, encuentra fuerzas en la tierra fecunda del silencio. Solamente quién se ha dado cuenta de la riqueza de este terreno, cosecha diálogos profundos consigo mismo y con los demás. El amor se debilita, ante el diálogo rutinario y superficial. Nuestra sociedad tiene necesidad de profundidad. La superficialidad nos pasa factura, haciéndonos interiormente menos atractivos, menos creativos, con menos “luz”.

El silencio nos permite ahondar en los acontecimientos más allá del fenómeno, es decir de lo que aparece, vemos o nos dicen. El silencio abre caminos al pensamiento crítico, preguntándose, indagando, analizando y sobre todo buscando el sentido último, la bondad y la verdad. Alguno podrá decirme que estas son “locuras” de los filósofos, sin embargo lo que anda mal en el mundo, en una familia, en una persona, en gran medida se debe a la falta de silencio interior.

Hay una puerta a la propia interioridad, y esa puerta es el silencio. Lo sabemos por experiencia, aunque no la experiencia que debiéramos tener. Se nos ha acostumbrado a abrir la puerta de nuestro interior y no entrar, simplemente mirar unos segundos y volver a la superficialidad diaria. Y así creer que hemos “pensado” las cosas, las decisiones, la visión de los acontecimientos, del sentido de la vida.

La mentalidad moderna desaconseja el retiro prolongado: no sea que abran los ojos y vean. Quien de verdad aprende a hacer silencio, es quien abre la puerta, entra, y cierra la puerta al mundo, para estar solo consigo mismo y con Aquel que lo sostiene. Se asemeja a un hombre sabio que ha descubierto una cantera de metal precioso, entra en ella, trabaja en ella y trae “oro” para sus hijos, su esposa/o, sus amigos y la sociedad entera. Distinto sería el mundo, si cada padre, cada educador mostrara a los demás este camino hacia la interioridad, pero ¿cómo podrá mostrar algo que no conoce, algo de lo que no tiene experiencia?

Nada permite al ser humano conocerse y conocer mejor, que el silencio de la interioridad ¿en qué otro lugar y momento podremos comprendernos y comprender, perdonarnos y perdonar, amarnos y amar? ¿Desde qué punto partirá la lucidez capaz de alumbrar la mente y el corazón sobre lo más importante de nuestra vida?  No basta abrir la puerta, mirar y cerrarla. Nuestros tiempos exigen entrar más tiempo en nuestra interioridad, permanecer en ella, si es que queremos darles a nuestros hijos (o nuestros alumnos) un alimento sólido para sus vidas; dígase lo mismo para novios o esposos.

Hay realidades misteriosas, inexplicables para la ciencia que, en realidad, está rodeada de límites. Cuando, para una persona el silencio comienza a ser como su hábitat natural, cuando ésta comienza a sentirse en casa, es allí donde se descubre lo que está más allá de la demostración empírica, pues en esa casa interior se establece una relación real con la fuerza primigenia, la luz del Creador.

Nada más seguro que tu interior. Encontrarás allí, tu mejor sistema de vigilancia y de defensa.

Gracias al silencio, en tu interioridad podrás abrir una puerta hacia el pasado y encontrar allí motivación para el presente, pero también algo más útil aún, que es la causa de los actuales males o desaciertos. Es esencial esa mirada reposada y silenciosa al pasado, pues sucede muchas veces que los pequeños errores, con el tiempo, se convirtieron en grandes males. El silencio nos abre la puerta a la curación, a la reparación, al arrepentimiento.

También en el silencio se puede ver el presente con otros ojos, siempre y cuando sepas más escuchar que responder. No, el silencio no es simplemente no emitir sonidos vocales, el silencio es dejar de lado por un momento las propias razones, las ideas que traemos de allá fuera. La interioridad y el silencio tienen sus reglas. Se necesita disposición interior a la acogida de aquello que hasta el momento no he considerado algo relevante, o una verdad.

Lo primero importante es dejar que la luz ilumine la interioridad dejando entrar aquellas razones o verdades que hasta no quisiera dejar entrar. Habrá ya tiempo de confrontar las razones que traías de afuera y las que descubres en el interior, pero por el momento, es mejor tener la valentía de acoger sin criticar, acoger en silencio; puede que sea una verdad incómoda que al inicio molesta, pero que al final descubres que te trae vida.

Una puerta hacia el futuro, también se descubre en la interioridad silenciosa. Cuántas veces, allá fuera, los miedos nos abruman porque allá fuera también está la imaginación que no deja de producir. En cambio, en el refugio de la interioridad se guarece el sabio que huye de las adivinaciones, y consciente de los propios límites, analiza el presente, vislumbra, conjetura, prevé, provee. Quién vive inmerso en el ruido, jamás tendrá esa visión.

En estos días de “pandemia”, cuando el mundo se veía atemorizado, quienes elegimos el silencio interior sentimos haber ganado millones. No existía mejor refugio para pensar y descubrir y analizar lo que estaba pasando.  El silencio es en buenos tiempos y en tiempos de crisis, la mejor inversión.

El Tomense

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