¿Nos hemos equivocado de héroes?

Ante tanta confusión, en la era bien llamada de la “desinformación”, no es fácil decidir a quién creerle. El egoísmo, la avaricia y ansias de poder han arrollado el amor por la verdad. Las universidades han venido preparando el terreno con la imposición del relativismo que proclama a los cuatro vientos que no hay verdad absoluta, no hay una verdad. Sin embargo, quienes no nos quedamos con lo aprendido, descubrimos que se nos ocultaron grandes autores, quizá porque no estaban en la línea de lo “politicamente correcto” (traducción: “científicamente correcto”).

Pero el ser humano no puede vivir de opiniones: arriesga destruirse a sí mismo. Y si alguien vive de opiniones en cuestiones trascendentales, cásese porque su pareja le dice “me parece que” o “creo que te amo”, o acepte un diagnóstico que le diga “Me parece que usted tiene esto o aquello”.

Sin embargo, pareciera que después de varios años “educados” en el relativismo, la población ya no distingue entre opiniones y verdades, le da igual y acepta lo que sienta más cómodo. Está muy lejos de aquel trabajo arduo de otras épocas, del debate serio y argumentado.

¿Vivir libres en democracia?

Si observamos la realidad actual, especialmente la desencadenada por la llamada “pandemia”, quienes permanecen a salvo son aquellos ciudadanos obedientes a las normas político-sanitarias. Los demás son bárbaros. No importa su nivel académico, sus argumentos, o la cantidad que sean. Son censurados y encasillados en un grupo de desobedientes, retitulado o etiquetado como “anti” y lo que usted quiera agregarle: anti-sistema, anti-democráticos, anti-vacunas, etc.  Lo importante es la desacreditación de cualquier voz disidente. ¿Todavía esto no es dictadura?

¿Crees que es por lucro? ¿Tú, lo harías?

Algunos, con la típica doble vara de medir, alegan que son “vendedores de humo” (otra etiqueta más) que quieren lucrarse posicionándose en contra del discurso oficial. Ahora, yo les propondría ponerse en el lugar de esos profesionales (algunos incluso con premio nobel de medicina), los cuales, ya es un hecho, han perdido reputación y se le han cerrado muchas puertas, además de que se deben olvidar de obtener puestos cualificados en la sanidad global u otro ámbito al que pertenecen. Bastará saber que fulano de tal simpatizaba con el colectivo “médicos o biólogos, o abogados, o psicólogos, o policías por la verdad” para que le sea denegado el puesto.

¿No será lucidez o sentido común pensar que quien arriesga mucho sea el verdadero héroe?

Esta cuestión, creo que se fundamenta en un principio del saber cómo gira el mundo: la historia desde la segunda guerra mundial no ha conocido el equilibrio. Se ha tenido un auge de la libertad hasta límites que la convirtieron en libertinaje y luego hemos pasado desde el 11S y el 2020, al recorte de los derechos más elementales, controlados por un estado policial de facto.

Encerrados en las propias casas, y como bien han señalado algunos, ciudades convertidas en un campo de concentración en lo que a movilidad se refiere, pero también en cuanto a contacto social. Embozalados más que como protección, como signo de que inicia una nueva era, donde tu palabra no vale ya más. Y para justificar toda restricción cada día se truncan datos, de ocultan cifras, se compra a profesionales. Mammón ha tomado el control, y no nos hemos dado cuenta.

Asistimos a un momento de la historia, donde la vida ha dejado de tener enemigos, más que nuestros propios hermanos disidentes.  

Hemos retrocedido miles de años, y hemos empezado a poner la fe en dioses humanos (filántropos, grandes organizaciones). Quizá ya estaba en nuestro subconsciente al haber dejado de lado el Dios cristiano y no recordarlo más que para seguir tradiciones que no pasaban más allá, de la emotividad del día.

Esos dioses humanos también son casi invisibles, no conocemos sus rostros, a veces ni siquiera sus nombres, “son legiones” que custodian la humanidad. Ellos la salvarán: Guardianes ellos mismos se han llamado.

Tan preocupados por la vida nuestra, que lo prevén todo, y hasta lo anuncian, pero no siempre proveen y mucho menos desinteresadamente. Claro, son dioses y conocen el futuro, por ello llevaban años dándonos señales que una pandemia ocurriría en cualquier momento y que nos castigaría, por no haber sido obedientes y habernos unido bajo un solo mando.

Vino, o la hicieron venir, nos castigó y ahora como esclavos arrepentidos volvemos  a nuestro amo a pedirle perdón y reconocer su divinidad, diciéndole “tenías razón, de ahora en más haremos lo que nos mandes”.

Seguimos creyendo en la bondad de los magnates, en la moral de las autoridades intermedias y no creemos en la voz de aquellos que lo están entregando todo, en una batalla cultural y por la libertad.

En fin, ¿Alguna vez veremos esta situación con claridad? ¿Y si la llegamos a ver, seremos capaces de devolver, al menos, un ápice de reputación a los que, probablemente, son hoy los verdaderos héroes?

DanielC